Arte y sustentabilidad V, Poéticas del buen salvaje, Natalia Orlowski, Desiree de Ridder, Galería Praxis, 2015
Ser con el bosque
Mi encuentro con el bosque tuvo lugar, creo, la primera vez que penetré en él.
Victoria Ocampo
La palabra bosque es un término de origen incierto, lo avala María Moliner, destacada filóloga, quien presume que podría derivar de lenguas prerromanas y que fue palabra común a las romances y germánicas. Este desconocido inicio convierte a la voz en un término misterioso que se vincula estrechamente con el acto y lenguaje pictórico de Natalia Orlowski.
Esta singular artista despliega ante nuestros sentidos lo que la naturaleza sólo a ella le otorga. Vinculada al arte a través de un diálogo íntimo de gran conexión con el entorno original, trabaja extensas telas sobre el poderoso suelo, recubriéndolas de pinturas elaboradas por ella misma a base de pigmentos naturales. El baño de luz de sol, de luna, los vientos y el agua del cielo se suman a los otros elementos plásticos formando parte de una gran paleta abierta que incluye una deliciosa y esmerada selección de fragmentos del universo. El suelo interactúa con el lienzo, es soporte y a la vez partícipe de la obra que otorga respuestas de original estética creando un ciclo evolutivo de transformaciones. El proceso de creación de la artista compartido con la Tierra deviene en paisaje que se revela como esencia luminosa de la realidad palpitando en el horizonte infinito de la tela. Llanuras impregnadas de ríos de tiempo, rescatan el plain air donde la percepción se constituye como canal de captación de energía y se plasma en aleatorios reflejos.
En consonante revelación, los animales creados por la prestigiosa ceramista Desiree de Ridder, se anuncian como guardianes del espacio. Son tiernas almas de barro y cuerpos de cerámica, obras que, como ella dice, emergen de su sangre, sus entrañas y sus manos. Las sólidas presencias de esos espíritus del bosque interactúan con la pintura permitiendo entrever que aún permanece la distancia entre naturaleza y civilización.
La comunión de estas dos artistas y de los distintos géneros, consolidada en este espacio bajo el nombre de Poéticas del buen salvaje, trasciende el diseño de montaje formal. Remedando al bosque, que en su sabiduría ancestral se diseña a sí mismo, fueron las obras las que hallaron su lugar, mientras artistas y colaboradores, en una tarea infrecuente, se dedicaron a ubicarlas interpretando los sigilosos mensajes.
En su libro Poscrisis. Arte argentino después del 2001, Andrea Giunta señala: “Existe una relación con el arte que permite disfrutar (no comprender o explicar)”. Y es también ella quien recupera la siguiente reflexión de Susan Sontag: “Es más importante lo que la obra hace que lo que la obra dice.”
El arte, entonces, puede ser un espacio de acto y reflexión en donde podamos recuperar la energía de la naturaleza, un sitio donde sea posible valerse del intento para suspender el diálogo interno plagado de mandatos. Es preciso tomar la decisión y entender, como dice el poema, que el arte debe ser como ese espejo que nos revela nuestra propia cara e internarnos en una transformación donde el fin primordial sea el de honrar lo que nos fue dado.
Grace Bayala